El
género aparece como un concepto particularmente psicológico, que si bien ha
sido trabajado por distintas disciplinas, tanto en su origen como en su
naturaleza, se encuentra íntimamente ligado al individuo y a su subjetividad.
El
término fue propuesto por primera vez en 1955 por el médico John Money, a quien
se le atribuye el traslado de éste desde las ciencias del lenguaje a las de la
salud, más específicamente, a la medicina y a la psiquiatría, para
posteriormente ser adoptado por diversos autores de las ciencias sociales,
ámbito en el que emerge a fines de la década del setenta, según plantean
Cabrera, J. y Parrini, R. (1999),
favorecido por la particular significancia que cobra en esa época la segunda
ola del pensamiento feminista, y su irrupción en el espacio académico.
El
traslado que efectúa Money, deriva de las investigaciones que se encontraba
realizando en pacientes con hermafroditismo, a partir de los cuales le es
posible distinguir respecto del sexo, una determinación multivariada. Lo antes
señalado lo lleva a poner en cuestión el
protagonismo otorgado a la biología y a la anatomía en la constitución de la
identidad sexual, volviendo la atención hacia un aspecto que para él resultaba
crucial en la conformación de ésta, la creencia de los padres con relación al
cuerpo de su hijo. Mabel Burin plantea que este punto llevó a Money a “reflexionar sobre el poder desviante,
modelador, creador de sentido, de identidad, que la experiencia humana temprana
post – natal tiene sobre el equipo biológico” (Burin, M. y Bleichmar, E., 1996,
p. 131). Es así que el traslado que efectúa Money, no sólo se enmarca en una
diversificación disciplinaria en el uso del término, sino que además coloca al
género en un plano relacional.
Fruto
de las reflexiones realizadas por Money, nace un nuevo término, “papel de género”, con el cual el autor
buscaba describir el conjunto de conductas atribuidas a varones y a mujeres.
Éstas, de acuerdo a Burin y Bleichmar (1996), darían pie a un
sentimiento íntimo, a una forma de ser que se organizará femenina o masculina.
Más
tarde, en 1968, Robert Stoller, a partir de su trabajo con niñas y niños que
debido a problemas anatómicos congénitos habían sido educados de acuerdo a un
sexo que anatómicamente no se correspondía con el suyo, plantea una diferenciación conceptual entre
sexo y género. El sexo, tendría relación
con un hecho biológico, en el que se considerarán cromosomas, hormonas, gónadas
y aparato genital, el género en tanto, tendría que ver con una “construcción
cultural, social y subjetiva que se realiza a partir de este hecho” (Cabrera,
J. y Parrini, R., 1999, p. 20). Éste daría cuenta de
los significados que cada sociedad construye con base en la diferenciación
anatómica de los sexos, perteneciendo al dominio de la subjetividad y de lo
simbólico.
Estos
aportes, junto a otros que surgen en la década del cincuenta, comienzan a dar
cuerpo a los denominados Estudios de Género, con
los que se aludirá al “segmento de la producción de conocimientos que se ocupa
de los sentidos atribuidos al hecho de ser varón o ser mujer, en cada cultura”
(Burin, M. y Bleichmar, E., 1996, p.
64).
Como
precedente de los Estudios de Género, E. Gomáriz (1992, citado en Márquez, A.,
2004, p. 14) plantea dos fuentes epistemológicas principales para éstos. Una de
ellas se refiere a los productos que han emergido desde las distintas
disciplinas que han tratado el tema de la diferencia sexual; y la otra a
aquellos aspectos que nacen desde la lucha del movimiento feminista que aluden
a la condición social de la mujer.
En
un inicio, los Estudios de Género aparecen centrados en la construcción de la
subjetividad femenina a partir de la ubicación social de éstas en la cultura
patriarcal, estudios que comienzan en la década de los 50. Burín (1996)
sostiene que en los setenta, se produce la masificación de éstos, época en la
que además se comienzan a establecer los primeros departamentos de Estudios de la Mujer en las universidades,
ampliándose la discusión hacia debates sociales, políticos y económicos,
poniendo de relieve la condición de marginación de las mujeres, surgiendo
teorizaciones sobre las marcas que la exclusión deja en la constitución de las
subjetividades femeninas.
Badinter
(1993), señala que durante los años setenta, ya no serán solamente las mujeres
las que se alzarán como sujetos de interrogación. Los hombres, teniendo como
antecedente el camino cimentado con anterioridad por el movimiento feminista,
comienzan a cuestionarse sobre su identidad, interpelación que se vuelve contra
los papeles que tradicionalmente se les ha asignado. Es así como teóricos
estadounidenses inauguran la interrogación sobre el papel del ideal masculino,
surgiendo además los primeros Estudios sobre Masculinidad (Men´s Studies).
Lo
anteriormente expuesto pone de manifiesto el carácter relacional del género
como categoría de análisis, por cuanto las relaciones entre hombres y mujeres
que éste analiza, se encuentran históricamente enlazadas de manera dinámica y
cambiante. De este modo, el levantamiento de las mujeres sobre su condición
social desestabiliza no solo las construcciones que de alguna manera sostenían
ésta, sino que además, arrastra junto con ellas las elaboraciones establecidas
respecto de la identidad masculina.
Durante
los últimos 20 años, en la problematización del género se han ido sumando los
grupos de diversidad sexual, particularmente aquellos que aparecen planteando
una vivencia genérica ajena a los ordenamientos hegemónicos respecto de ésta.
Éstos últimos, ante un esquema que postula la complementaridad de los sexos y la
normatividad de la heterosexualidad, se erigen como realidades que enmarcan sus
luchas en un intento por hacer que la diferencia no se traduzca en desigualdad,
de modo de poder acceder a mayores espacios de convivencia y reconocimiento,
intentando remover de manera paulatina los cimientos de estos postulados.
De
este modo, pensar acerca del género, muestra que el abrir la pregunta y
cuestionar los lugares que históricamente han ocupado hombres y mujeres al
interior de la sociedad, y que por mucho
tiempo fueron percibidos como certezas inquebrantables expresadas muchas veces
en clave de exclusión e inferioridad, aparece como condición necesaria para la
emergencia de recursos de transformación para estas condiciones.
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