martes, 4 de junio de 2013

2. Antecedentes Teóricos / 2.1 Estudios de Género


El género aparece como un concepto particularmente psicológico, que si bien ha sido trabajado por distintas disciplinas, tanto en su origen como en su naturaleza, se encuentra íntimamente ligado al individuo y a su subjetividad.

El término fue propuesto por primera vez en 1955 por el médico John Money, a quien se le atribuye el traslado de éste desde las ciencias del lenguaje a las de la salud, más específicamente, a la medicina y a la psiquiatría, para posteriormente ser adoptado por diversos autores de las ciencias sociales, ámbito en el que emerge a fines de la década del setenta, según plantean Cabrera, J. y  Parrini, R. (1999), favorecido por la particular significancia que cobra en esa época la segunda ola del pensamiento feminista, y su irrupción en el espacio académico.

El traslado que efectúa Money, deriva de las investigaciones que se encontraba realizando en pacientes con hermafroditismo, a partir de los cuales le es posible distinguir respecto del sexo, una determinación multivariada. Lo antes señalado lo lleva  a poner en cuestión el protagonismo otorgado a la biología y a la anatomía en la constitución de la identidad sexual, volviendo la atención hacia un aspecto que para él resultaba crucial en la conformación de ésta, la creencia de los padres con relación al cuerpo de su hijo. Mabel Burin plantea que este punto llevó a Money a  “reflexionar sobre el poder desviante, modelador, creador de sentido, de identidad, que la experiencia humana temprana post – natal tiene sobre el equipo biológico” (Burin, M. y Bleichmar, E., 1996, p. 131). Es así que el traslado que efectúa Money, no sólo se enmarca en una diversificación disciplinaria en el uso del término, sino que además coloca al género en un plano relacional.
Fruto de las reflexiones realizadas por Money, nace un nuevo término, “papel de género”, con el cual el autor buscaba describir el conjunto de conductas atribuidas a varones y a mujeres. Éstas, de acuerdo a Burin y Bleichmar (1996), darían pie a un sentimiento íntimo, a una forma de ser que se organizará femenina o masculina.

Más tarde, en 1968, Robert Stoller, a partir de su trabajo con niñas y niños que debido a problemas anatómicos congénitos habían sido educados de acuerdo a un sexo que anatómicamente no se correspondía con el suyo,  plantea una diferenciación conceptual entre sexo y género. El  sexo, tendría relación con un hecho biológico, en el que se considerarán cromosomas, hormonas, gónadas y aparato genital, el género en tanto, tendría que ver con una “construcción cultural, social y subjetiva que se realiza a partir de este hecho” (Cabrera, J. y Parrini, R.,  1999, p. 20). Éste daría cuenta de los significados que cada sociedad construye con base en la diferenciación anatómica de los sexos, perteneciendo al dominio de la subjetividad y de lo simbólico.

Estos aportes, junto a otros que surgen en la década del cincuenta, comienzan a dar cuerpo a los denominados Estudios de Género, con los que se aludirá al “segmento de la producción de conocimientos que se ocupa de los sentidos atribuidos al hecho de ser varón o ser mujer, en cada cultura” (Burin, M. y Bleichmar, E.,  1996, p. 64).

Como precedente de los Estudios de Género, E. Gomáriz (1992, citado en Márquez, A., 2004, p. 14) plantea dos fuentes epistemológicas principales para éstos. Una de ellas se refiere a los productos que han emergido desde las distintas disciplinas que han tratado el tema de la diferencia sexual; y la otra a aquellos aspectos que nacen desde la lucha del movimiento feminista que aluden a la condición social de la mujer.

En un inicio, los Estudios de Género aparecen centrados en la construcción de la subjetividad femenina a partir de la ubicación social de éstas en la cultura patriarcal, estudios que comienzan en la década de los 50. Burín (1996) sostiene que en los setenta, se produce la masificación de éstos, época en la que además se comienzan a establecer los primeros departamentos de Estudios de la Mujer en las universidades, ampliándose la discusión hacia debates sociales, políticos y económicos, poniendo de relieve la condición de marginación de las mujeres, surgiendo teorizaciones sobre las marcas que la exclusión deja en la constitución de las subjetividades femeninas.

Badinter (1993), señala que durante los años setenta, ya no serán solamente las mujeres las que se alzarán como sujetos de interrogación. Los hombres, teniendo como antecedente el camino cimentado con anterioridad por el movimiento feminista, comienzan a cuestionarse sobre su identidad, interpelación que se vuelve contra los papeles que tradicionalmente se les ha asignado. Es así como teóricos estadounidenses inauguran la interrogación sobre el papel del ideal masculino, surgiendo además los primeros Estudios sobre Masculinidad (Men´s Studies).

Lo anteriormente expuesto pone de manifiesto el carácter relacional del género como categoría de análisis, por cuanto las relaciones entre hombres y mujeres que éste analiza, se encuentran históricamente enlazadas de manera dinámica y cambiante. De este modo, el levantamiento de las mujeres sobre su condición social desestabiliza no solo las construcciones que de alguna manera sostenían ésta, sino que además, arrastra junto con ellas las elaboraciones establecidas respecto de la identidad masculina.

Durante los últimos 20 años, en la problematización del género se han ido sumando los grupos de diversidad sexual, particularmente aquellos que aparecen planteando una vivencia genérica ajena a los ordenamientos hegemónicos respecto de ésta. Éstos últimos, ante un esquema que postula la complementaridad de los sexos y la normatividad de la heterosexualidad, se erigen como realidades que enmarcan sus luchas en un intento por hacer que la diferencia no se traduzca en desigualdad, de modo de poder acceder a mayores espacios de convivencia y reconocimiento, intentando remover de manera paulatina los cimientos de estos postulados.

De este modo, pensar acerca del género, muestra que el abrir la pregunta y cuestionar los lugares que históricamente han ocupado hombres y mujeres al interior de la sociedad,  y que por mucho tiempo fueron percibidos como certezas inquebrantables expresadas muchas veces en clave de exclusión e inferioridad, aparece como condición necesaria para la emergencia de recursos de transformación para estas condiciones.


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