martes, 4 de junio de 2013

2.5 Travestismo e Identidad de Género



En la búsqueda de respuestas respecto a qué es aquello que ponen en escena las travestis en el acto de travestirse, se presentan a continuación tres hipótesis que se recogen de la investigación realizada por Josefina Fernández (2004).

En ella se despliega el punto central de cada una, junto a la revisión de los aportes de diversos autores que, de acuerdo a sus desarrollos conceptuales, aparecen ligados a cada una de éstas líneas explicativas. Se suma a lo recogido de la investigación de Fernández, el análisis del trabajo de la Psicóloga Miriam Ormeño[1], presentado durante el año 2007.

a) El travestismo como expresión de un tercer género. Esta propuesta surge principalmente desde la revisión de diversas investigaciones del ámbito de la antropología. El punto central de ésta, radica en la existencia de sujetos que compartiendo determinadas características, que aparecen combinadas de forma inusitada, resultan excluidos de las categorías varón/mujer. En este contexto, el travestismo aparece como una tercera posibilidad en la organización y representación de género, una tercera categoría de género, que agruparía a aquellos sujetos que en su expresión genérica combinarían elementos femeninos y masculinos, característica que lleva a Josefina Fernández (2004) a denominarlos como “género confuso”[2].

Para Gilbert Herdt (1996, citado en Fernández, J., 2004) la categoría de tercer género surge a partir de la necesidad de reinterpretar el sexo y el género desde un paradigma alejado del occidental, el cual posee como eje ordenador el dimorfismo sexual. El autor sostiene que las categorías varón y mujer basadas en criterios anatómicos no son universales, así como tampoco conceptos válidos para un sistema de clasificación de género. En este sentido las categorías de tercer género se constituyen en un intento por entender cómo, en determinados lugares y momentos históricos, la gente construye categorías no solamente sobre la base de un cuerpo natural, sino también sobre la base de lo que Garfinkel (1967, citado en Mercader, P., 1997) denomina Genitales culturales[3].

Por otra parte, Roscoe (1996, citado en Fernández, J., 2004), continuando con la línea conceptual crítica de los géneros binarios, manifiesta que éstos derivan de fundamentos morales y naturalizantes, entendiendo al género como un fenómeno social total que vehiculiza la transmisión de expectativas sociales sobre diversas áreas de la vida de los sujetos.

Se comienza a configurar una propuesta de un paradigma múltiple del género, como una posibilidad para de-construir el carácter jerarquizado que guarda el género respecto del sexo en el paradigma binario, en el que la anatomía tiene primacía sobre el género, y en donde este género no es una categoría ontológicamente distinta sino una mera reiteración del sexo.

Anne Bolin (1996, citado en Fernández, J., 2004), se identifica con el paradigma de géneros  múltiples o supernumerarios. Con relación a la población transexual, travesti y transgénero, manifiesta que éstos convocan a la desestabilización del sistema de género, en tanto sugieren o expresan un continuum de masculinidad y feminidad, una renuncia al género como aquello alineado a los genitales, el cuerpo, el rol social. Para Bolin el transgenerismo es el que mejor expresa pluralidad en las variaciones identitarias de género. Fernández (2004) expone:

El tercer género aparece “como el lugar para la construcción de múltiples  identidades que recomponen dimensiones cuya vinculación se desnaturaliza  y que, por lo mismo, pueden escapar a las normas socialmente impuestas. El travestismo, en este marco, no es sino un conjunto - en sí mismo heterogéneo - de las posibles identidades de género que se distribuyen en un continuum”. (p. 49)

b) El travestismo como reforzamiento de las identidades genéricas. Bajo esta postura, el travestismo aparece como representación de uno de los dos géneros  planteados por el paradigma occidental, femenino o masculino. Respecto de éstos, el travestismo puede aparecer en una alternancia de ellos, o “desplazándose” en  un continuum varón – mujer.

Adscribiendo a esta visión, aparece la antropóloga Victoria Barreda, quien plantea que la construcción del género femenino que la travesti realiza consiste en un “complejo proceso en el plano simbólico y físico, de adquisición de rasgos interpretados como femeninos” (Fernández, J., 2004, p. 50), construcción en la cual Barreda reconoce tres momentos. Uno de ellos daría cuenta de la adopción de los rasgos externos como la vestimenta y el maquillaje, a ello sigue la transformación  corporal, ya sea por medio de cirugías, o a través de la ingesta de hormonas. A partir de estos procesos  se da paso a una nueva imagen, la que es acompañada de un nombre de mujer.
Desde las investigaciones que lleva a cabo Barreda sobre el travestismo prostibular de Buenos Aires, si bien le es posible concluir que en él es factible reconocer un reforzamiento de los estereotipos de lo femenino predominantes en su cultura, este imaginario de feminidad al momento de ejercer la prostitución puede ser desplazado, en lo que Barreda plantea como una recuperación del género masculino, reconocido en la asunción del rol activo que la travesti tomaría en la relación sexual con el cliente.

En estudios posteriores, analizando la dimensión del cuerpo en las travestis, la autora plantea que si bien éstas se definen como mujeres en lo que hace alusión a su forma de actuar, reinvención y puesta en escena, con relación al cuerpo surge una distinción, en tanto muchas de las travestis que participan de su investigación señalan que no es lo mismo ser cuerpo  y tener un cuerpo. Esto ya que como plantea Fernández (2004):

“El cuerpo travesti se denuncia e insiste en querer mostrar que sigue siendo varón (…) el cuerpo se convierte en el lugar donde se debaten la separación y la inclusión de aquello considerado del orden de lo anatómico – fisiológico (lo natural) y aquello considerado del orden de la cultura. El travestismo interpreta, modela y experimenta su cuerpo como un texto que puede ser leído desde el género (femenino) o desde su sexo (varón)” (p. 51).

Una propuesta similar a la de Barreda es la esbozada por Hélio Silva (1993, citado en Fernández, J., 2004), en donde le es posible reconocer en las travestis una lucha permanente a lo largo de su vida contra cualquier signo de masculinidad. Cada uno de los elementos que incorporan para la construcción de su identidad lo evalúan a la luz de la reacción que observan en la sociedad, para luego ser incorporados.

Reafirmando las  propuestas anteriores se encuentra  Woodhouse (1989, citado en Fernández, J., 2004), para quien la travesti ilustra los procesos de construcción genérica, en este caso de la construcción de género femenino, que sería aquel que desde esta perspectiva reforzarían en su construcción identitaria.

La autora plantea que las travestis ven al género como algo rígidamente demarcado, reflejando los roles de género tradicionales, auto excluyentes entre sí. Señala que el travestismo refleja en su creación una díada sintética, en tanto su yo femenino daría cuenta de los deseos de su yo masculino. Concordante con lo expuesto por Woodhouse, Marisol Facuse (1998) con base en lo formulado por Annick Prieur señala:
“La asimetría  entre los dos sexos  se reproduce en la imagen de feminidad buscada por los travestis (…) la lógica del estándar masculino no es invertida por los travestis, ya que ellos adoptarían menos un estándar femenino para sus cuerpos que una visión masculina de los cuerpos femeninos (…) es la mujer vista por el hombre y producida por el hombre “más verdadera que natural””. (p. 12)

Resultados afines a esta hipótesis se encuentran en la memoria realizada por Miriam Ormeño (2007). En ella, la autora afirma que la construcción identitaria de transexuales y trangéneros obedecería al sistema hegemónico. El género con el cual se identificarían daría cuenta de los roles asignados por las regulaciones sociales, respondiendo al sistema binarista, en donde el sexo refleja el género y a su vez establece los roles comportamentales para los sujetos. La interpretación que ellos realizan responde al ser hombre o mujer socialmente normado.

c) El travestismo como género performativo. Dentro de esta corriente se sostiene que el travestismo se presenta como un cuestionador del paradigma  binario del género, poniendo en entre dicho la relación que se establece entre sexo y género. Si bien es posible hallar autores que adscribiéndose a esta idea, señalan al travestismo como tercer género, el fundamento para esta propuesta difiere del expuesto en la primera hipótesis presentada. Al respecto, Marjorie Garber (1992, citada en Fernández 2004, p. 41) señala que “el efecto cultural del travestismo es desestabilizar todas las categorías binarias: no solamente masculino/femenino, sino también gay/no gay, sexo y género. Este es el sentido, el sentido radical en que el travestismo es un tercer género”.

Bajo esta concepción, el tercer género no aparece ligado a la idea de lo confuso o borroso, sino que alude a una forma de articulación, a una manera de describir un espacio de posibilidad, un desafío a la noción de binariedad, que pone en cuestión las categorías de masculino/femenino, ya sean éstas consideradas esenciales o construidas, biológicas o culturales.

Judith Butler (1990, citado en Fernández, J., 2004), presenta una alternativa más radical y crítica hacia el paradigma dominante, por cuanto para esta autora el desafío no radica en encontrar un lugar para ubicar a estos sujetos, sino que la respuesta está en la deconstrucción del género mismo.

Bajo esta perspectiva, la identidad de género se encuentra lejos de ser un rasgo meramente descriptivo de la experiencia, posicionándose más bien como un ideal regulatorio, normativo, que en cuanto norma opera produciendo sujetos que se ajustan a sus requerimientos para armonizar sexo, género y sexualidad, y excluyendo a aquellos para quienes esas categorías están desordenadas.

En los planteamientos de Butler hay una exhortación a construir nuestras propias versiones del género, de modo de generar una estrategia para desnaturalizar los cuerpos y resignificar las categorías corporales.
Desde esta postura se entiende que los intentos por analizar el travestismo como perteneciente a uno u otro género son reduccionistas y se derivan de una confusión sobre las relaciones entre género y sexo, género y sexualidad heredada de los sexólogos de principios del siglo XX.

Fernández (2004) cita  a Pedro Lemebel como un referente que con sus planteamientos aparece alineado con esta tercera hipótesis. Para él, la figura travesti viene a cuestionar y remecer los discursos establecidos, lo travesti no representa una tercera posibilidad de género, sino que representa un permanente estallido, en donde las identidades masculino/ femenino estallan en la diversidad, lo que permite ampliar la gama de posibilidades.

Marisol Facuse en su trabajo de 1998, señala al travestismo como una des – identidad o una identidad que por su carácter nomádico y tránsfugo, transgrede los órdenes políticos y simbólicos existentes. Reconoce la identidad travesti como una “subjetividad marginal subversiva, que provoca desórdenes, conflictuando las definiciones  de identidad aceptadas convencionalmente por la cultura dominante” (Facuse, M., 1998, p. 4).

Los desórdenes que va a generar la identidad travesti, tienen su fundamento por una parte en su performance de-constructora de la noción de género tributaria de una racionalidad bipolar, que separa las identidades femenino/masculino  con base en límites rígidamente demarcados, donde lo travesti adquiere el carácter de una subjetividad nomádica, en permanente tránsito entre las categorías hombre/mujer. Por otra parte, va a interrogar la propia noción de identidad de los discursos dominantes, por cuanto para el travesti la identidad ya no permanecerá atada a un origen anatómico, éste no constituirá el destino del género. En el travesti el referente hombre va a ser sobrepasado por el signo mujer. El cuerpo se aparecerá como una superficie donde dibujar la subjetividad según los deseos.



Después el travesti regresa a su “vereda tropical”, contando el dinero ganado con su terapia fugaz. Los escasos billetes sustraídos al presupuesto de la familia chilena, que aún no le alcanzan para pagar el arriendo, menos para comprarse esos zapatos de Cenicienta que vio en el centro. Tampoco para mantener a su mamá y los hermanos chicos, que salen más caros que hobby de la Claudia Schiffer. Su pobre mamita, la única que la comprende, que le arregla la peluca y le echa condones a la cartera diciéndole que se cuide, que los hombres son malos, que nunca se suba a un auto con más de uno, que les tome la patente por si acaso, por si la dejan desnuda y toda quemada con cigarros como le pasó a la Wendy la semana pasada. Que no duerme pensando, rezándole a la virgen para que la acompañe en los peligros de la noche. Pero ella le contesta que su trabajo es así, nunca se sabe si mañana, en algún rincón de Santiago, su aleteo trashumante va a terminar en un charco. Nunca se sabe si una bala perdida o un estampido policial le va a cortar el resuello de cigüeña moribunda. Acaso esta misma madrugada de viernes, cuando hay tanta clientela, cuando los niños del barrio alto se entretienen tirándoles botellas desde los autos en marcha. Cuando se le quebró el taco corriendo tras el Lada amarrillo, y le ganó la Susy, más joven, más atinada. Puede ser esta la última vez que vea la ciudad emerger entre los algodones rosados del alba. Así tan sola, tan entumida, tan gorriona preñada de sueños, expuesta a la moral del día, que se asoma tajeando su dulce engaño laboral.


Pedro Lemebel, Loco Afán
 Crónicas de Sidario








[1] Éste corresponde a su memoria de titulación denominada “Una aproximación a la construcción de la identidad de las personas denominadas “trans”, a través de las narrativas de sus experiencias vivenciales articuladas con la participación en organizaciones relacionadas a la disforia de género, que se encuentran ubicadas en la región metropolitana y quinta región” (2007)

[2] Este tendría su fundamento en la categoría propuesta por Marta Lamas, intersexo, y que correspondería a los individuos que en sus caracteres fisiológicos combinan elementos femeninos y masculinos.

[3] Con esta expresión se alude a los órganos genitales que independiente de su origen, biológico o fabricado,  funcionan como insignias de la pertenencia de un individuo a una categoría de género. Los órganos genitales culturales vienen a demostrar el hecho de que, en su función de insignia, son construidos durante las interacciones sociales. Si bien consideramos como signo esencial de pertenencia a una categoría de género la posesión de los correspondientes genitales, en todos nuestros encuentros cotidianos decimos que tal persona es hombre o mujer sin haber visto sus órganos genitales, lo cual demuestra que la decisión es primera y que, en un segundo momento solamente, justificamos esta decisión al atribuir a este individuo un “pene cultural” o una “vagina cultural”. (Mercader, P. 1997, p. 131) 

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