martes, 4 de junio de 2013

CONCLUSIONES



Bajo la concepción que las identidades se construyen dentro de un orden socialmente atravesado por relaciones y representaciones generizadas,  en donde el lenguaje socialmente disponible en los procesos de construcción de identidad es siempre lenguaje generizado, aquello que aparece ante nosotros en el acto travesti pareciera no implicar si no, un esfuerzo por participar del orden social establecido.

En la sociedad occidental opera un modelo heterosexista en donde resulta necesario que los géneros guarden cierta contigüidad y coherencia con los cuerpos sexuados, de manera tal que para pertenecer al género femenino es menester parecer mujer.

En este escenario el conflicto que presenta el travestismo podría graficarse en el siguiente cuestionamiento: a qué identidad podrían ser adscritos; cuando se dice femenino, quien goza de aquello definitorio de lo masculino, en una sociedad en que la definición genérica se encuentra íntimamente ligada y deriva del dato anatómico.

El travestismo, como plantea Fernández (2004), se encontraría en un camino, en una oscilación, un viaje permanente entre el sexo y el género, un vaivén que implica no adherir a ninguno de los dos. En tanto el género es insignia del sexo, y la lógica del género es excluyente, quien no se adecua a sus preceptos queda en los márgenes de la legalidad.

Es así como si bien es posible reconocer en la consolidación identitaria del sujeto entrevistado referencias condicionadas por el paradigma de géneros binarios, apreciándose en su representación identitaria la escenificación de estereotipos y roles en torno a la imagen femenina cercanos a un modelo tradicional, en donde el hombre está ligado al ámbito público y la mujer al doméstico. El travestismo, por los puntos antes planteados, constituiría una identidad nomádica, en tránsito permanente, puesto que nunca logran romper con la sexualidad biológica del varón.

Desde su infancia, Daniela fue nutriendo su imaginario con relación a “lo” femenino a partir de las figuras que conformaron su universo más cercano, en donde su familia jugó un rol preponderante como portador y transmisor de las expectativas e ideales respecto de niños y niñas. Sus intentos por conducirse de acuerdo a rígidas expectativas de rol de género se convirtieron en el cimiento de un camino que en gran parte fue transitado de forma solitaria y en donde el sentimiento de inadecuación y ajenidad es frecuente.

El cuerpo esculpido con la mirada puesta en modelos estereotipados de mujer denuncia siempre su realidad masculina, quedando situado, como sostiene Ormeño (2007), en la disyuntiva del ser o no ser, en tanto bajo el prisma occidental se es en cuanto se posee, no en cuanto se siente.

Siguiendo los planteamientos de Facuse (1998), el travestismo aparece como  una identidad nomádica y tránsfuga que transgrede los órdenes políticos  y simbólicos. En el travestismo aparece una subjetividad que provoca desórdenes y siembra conflicto en las definiciones de identidad aceptadas convencionalmente por la cultura dominante. El travestismo es una transgresión del orden simbólico, estético, de género, cultural y político. Éste aparece como una identidad que desborda, excede, cuestiona el orden establecido, intentando demostrar que existen otras realidades posibles.

Desde los márgenes levanta sus cuestionamientos, los que si bien parecieran perder fuerza en la automarginación que muchas travestis se imponen por temor a la discriminación,  cobra fuerza en su participación en organizaciones, en donde el encuentro con las/los pares posibilita el establecimiento de un discurso y una reflexión respecto  de sí mismas/os, explorando la posibilidad de diversos espacios de participación y otorgándoles acceso a definiciones identitarias.

 A partir de la reflexión acerca de los aspectos que aparecen como condicionantes en su construcción identitaria es posible comenzar a establecer la lucha por sus derechos, una lucha por alcanzar igualdad de condiciones en la participación social, por lograr el reconocimiento en la diferencia, en su particular realidad y forma de ser en el mundo, para lo cual es necesario un trabajo de auto aceptación.
Al respecto, Claudia Rodríguez (2005) sostiene que la visualización de la existencia “trans” hace notar en la práctica conjugaciones de género, cruces y acomodos personales respecto de valoraciones o no, conscientes o no, de la masculinidad y la feminidad institucionalizadas. Frente a estas representaciones únicas del género, no satisfactorias, la pulsión “trans” disconforme, expresa, negocia y busca respuestas posibles para existir”. De modo tal que para la autora resulta posible sostener que no existen expresiones definitivas, sino más bien negociaciones posibles.

Si bien a partir de la revisión teórica realizada, así como de los diversos aspectos vitales abordados a través de entrevistas fue posible responder a las interrogantes y objetivos propuestos en este estudio, cabe señalar un elemento que complejizó el proceso de investigación. Éste tiene relación con la dificultad que fue posible apreciar, de manera mucho más marcada en los primeros encuentros, por parte de la entrevistada para conceptualizar sus experiencias.

Esta situación, se manifestaba en un discurso que si bien mostraba fluidez, era más bien divergente, apareciendo por momentos poca conexión a una idea directriz, lo que sumado a su baja amplitud de lenguaje, volvía aún más compleja la tarea de comprensión. Lo antes expuesto requirió adoptar una postura más directiva en el abordaje de las áreas a tratar.

No obstante lo antes señalado, una vez finalizadas las entrevistas y en el proceso de transcripción de éstas, fue posible observar una mejora en la estructuración de su discurso. Aún no siendo un objetivo de la investigación, el espacio generado a partir de la necesidad de realizar las entrevistas, pareciera haberse constituido en un espacio de escucha, de validación, de respeto, desde una instancia que ajena a sus redes más cercanas, fue validada, emergiendo entonces como una instancia de contención de experiencias que para la misma entrevistada resultaban caóticas. El espacio de las entrevistas mostró como posible y necesaria, la existencia de instancias de participación  ajenas a sus pares, distintas a los grupos de diversidad sexual, en las que quizás esa misma distancia posibilite un trabajo de organización, ya no en términos políticos, sino de la propia subjetividad.
Resulta necesario entonces para contribuir como profesionales a  este trabajo de organización, re – conocer que vivimos en una cultura de género en que cada quien es educado para ver al otro género sólo de cierta manera, por lo que hay realidades que resultan invisibles, pero no lo son por inexistencia, sino por los ordenamientos sociales respecto de la legalidad y pertinencia de los cuerpos sexuados, por la propia estructuración del campo de un cuerpo disciplinario o ciencia.

Si bien es posible apreciar una mayor visibilización de grupos de diversidad sexual, es pertinente evaluar  qué es aquello que se presenta de ellos, cuál es la imagen que se busca transmitir. Resulta necesario abrirse a otras realidades con la esperanza de, como propone Elina Carril (2001) al cambiar la mirada, cambie el saber ante un universo que se presenta diverso.




















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