Bajo la concepción que las identidades se construyen
dentro de un orden socialmente atravesado por relaciones y representaciones
generizadas, en donde el lenguaje
socialmente disponible en los procesos de construcción de identidad es siempre
lenguaje generizado, aquello que aparece ante nosotros en el acto travesti
pareciera no implicar si no, un esfuerzo por participar del orden social
establecido.
En la sociedad occidental opera un modelo
heterosexista en donde resulta necesario que los géneros guarden cierta
contigüidad y coherencia con los cuerpos sexuados, de manera tal que para
pertenecer al género femenino es menester parecer mujer.
En este escenario el conflicto que presenta el
travestismo podría graficarse en el siguiente cuestionamiento: a qué identidad
podrían ser adscritos; cuando se dice femenino, quien goza de aquello
definitorio de lo masculino, en una sociedad en que la definición genérica se
encuentra íntimamente ligada y deriva del dato anatómico.
El travestismo, como plantea Fernández (2004), se
encontraría en un camino, en una oscilación, un viaje permanente entre el sexo
y el género, un vaivén que implica no adherir a ninguno de los dos. En tanto el
género es insignia del sexo, y la lógica del género es excluyente, quien no se
adecua a sus preceptos queda en los márgenes de la legalidad.
Es así como si bien es posible reconocer en la
consolidación identitaria del sujeto entrevistado referencias condicionadas por
el paradigma de géneros binarios, apreciándose en su representación identitaria
la escenificación de estereotipos y roles en torno a la imagen femenina cercanos
a un modelo tradicional, en donde el hombre está ligado al ámbito público y la
mujer al doméstico. El travestismo, por los puntos antes planteados,
constituiría una identidad nomádica, en tránsito permanente, puesto que nunca
logran romper con la sexualidad biológica del varón.
Desde su infancia, Daniela fue nutriendo su
imaginario con relación a “lo” femenino a partir de las figuras que conformaron
su universo más cercano, en donde su familia jugó un rol preponderante como
portador y transmisor de las expectativas e ideales respecto de niños y niñas. Sus
intentos por conducirse de acuerdo a rígidas expectativas de rol de género se
convirtieron en el cimiento de un camino que en gran parte fue transitado de
forma solitaria y en donde el sentimiento de inadecuación y ajenidad es
frecuente.
El cuerpo esculpido con la mirada puesta en modelos
estereotipados de mujer denuncia siempre su realidad masculina, quedando
situado, como sostiene Ormeño (2007), en la disyuntiva del ser o no ser, en
tanto bajo el prisma occidental se es en cuanto se posee, no en cuanto se
siente.
Siguiendo los planteamientos de Facuse (1998), el
travestismo aparece como una identidad
nomádica y tránsfuga que transgrede los órdenes políticos y simbólicos. En el travestismo aparece una
subjetividad que provoca desórdenes y siembra conflicto en las definiciones de
identidad aceptadas convencionalmente por la cultura dominante. El travestismo
es una transgresión del orden simbólico, estético, de género, cultural y
político. Éste aparece como una identidad que desborda, excede, cuestiona el
orden establecido, intentando demostrar que existen otras realidades posibles.
Desde los márgenes levanta sus cuestionamientos, los
que si bien parecieran perder fuerza en la automarginación que muchas travestis
se imponen por temor a la discriminación,
cobra fuerza en su participación en organizaciones, en donde el encuentro
con las/los pares posibilita el establecimiento de un discurso y una reflexión
respecto de sí mismas/os, explorando la
posibilidad de diversos espacios de participación y otorgándoles acceso a
definiciones identitarias.
A partir de la
reflexión acerca de los aspectos que aparecen como condicionantes en su
construcción identitaria es posible comenzar a establecer la lucha por sus
derechos, una lucha por alcanzar igualdad de condiciones en la participación
social, por lograr el reconocimiento en la diferencia, en su particular
realidad y forma de ser en el mundo, para lo cual es necesario un trabajo de
auto aceptación.
Al respecto, Claudia Rodríguez (2005) sostiene que la
visualización de la existencia “trans” hace notar en la práctica conjugaciones
de género, cruces y acomodos personales respecto de valoraciones o no,
conscientes o no, de la masculinidad y la feminidad institucionalizadas. Frente
a estas representaciones únicas del género, no satisfactorias, la pulsión
“trans” disconforme, expresa, negocia y busca respuestas posibles para
existir”. De modo tal que para la autora resulta posible sostener que no
existen expresiones definitivas, sino más bien negociaciones posibles.
Si bien a partir de la revisión teórica realizada,
así como de los diversos aspectos vitales abordados a través de entrevistas fue
posible responder a las interrogantes y objetivos propuestos en este estudio,
cabe señalar un elemento que complejizó el proceso de investigación. Éste tiene
relación con la dificultad que fue posible apreciar, de manera mucho más
marcada en los primeros encuentros, por parte de la entrevistada para conceptualizar
sus experiencias.
Esta situación, se manifestaba en un discurso que si
bien mostraba fluidez, era más bien divergente, apareciendo por momentos poca
conexión a una idea directriz, lo que sumado a su baja amplitud de lenguaje, volvía
aún más compleja la tarea de comprensión. Lo antes expuesto requirió adoptar
una postura más directiva en el abordaje de las áreas a tratar.
No obstante lo antes señalado, una vez finalizadas
las entrevistas y en el proceso de transcripción de éstas, fue posible observar
una mejora en la estructuración de su discurso. Aún no siendo un objetivo de la
investigación, el espacio generado a partir de la necesidad de realizar las
entrevistas, pareciera haberse constituido en un espacio de escucha, de
validación, de respeto, desde una instancia que ajena a sus redes más cercanas,
fue validada, emergiendo entonces como una instancia de contención de experiencias
que para la misma entrevistada resultaban caóticas. El espacio de las
entrevistas mostró como posible y necesaria, la existencia de instancias de
participación ajenas a sus pares, distintas
a los grupos de diversidad sexual, en las que quizás esa misma distancia
posibilite un trabajo de organización, ya no en términos políticos, sino de la
propia subjetividad.
Resulta necesario entonces para contribuir como
profesionales a este trabajo de
organización, re – conocer que vivimos en una cultura de género en que cada
quien es educado para ver al otro género sólo de cierta manera, por lo que hay
realidades que resultan invisibles, pero no lo son por inexistencia, sino por
los ordenamientos sociales respecto de la legalidad y pertinencia de los
cuerpos sexuados, por la propia estructuración del campo de un cuerpo
disciplinario o ciencia.
Si bien es posible apreciar una mayor visibilización
de grupos de diversidad sexual, es pertinente evaluar qué es aquello que se presenta de ellos, cuál
es la imagen que se busca transmitir. Resulta necesario abrirse a otras
realidades con la esperanza de, como propone Elina Carril (2001) al cambiar la
mirada, cambie el saber ante un universo que se presenta diverso.
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