La vulnerabilidad puede ser
entendida como la susceptibilidad de sufrir algún ataque, agresión o ser
herido. Es la posibilidad de enfrentar situaciones que puedan generar algún
tipo de perjuicio en la integridad del sujeto ya sea a nivel físico,
psicológico y/o social.
En el caso de
la población travesti, la definición de vulnerabilidad podría ser comprendida de
manera literal, puesto que en muchas
ocasiones se ven expuestos a situaciones en las que son agredidos física
y verbalmente, experiencias que comienzan a ser más recurrentes en la medida en
que va haciéndose más explícita y
visible para otros, su vivencia
genérica.
El punto antes señalado, junto al
frecuente alejamiento de sus familias y la temprana marginación de diversos espacios
de participación social como el colegio, hacen que este grupo se encuentre
particularmente expuesto a situaciones de
abuso y maltrato, donde la discriminación y prejuicios existentes, se
encuentran a la base de ellas.
En
el Informe anual sobre Derechos Humanos en Chile 2005, Hechos del 2004 (2005),
se señala que “la discriminación que sufren homosexuales, lesbianas, travestis
y transgéneros es una de las más graves y difíciles de erradicar” (Ob. Cit.,
2005, p. 337). Uno de los obstáculos que se reconoce para ello, tendría
relación con que los grupos de diversidad sexual aparecen ligados a un tema de
moral, y a conceptualizaciones sobre lo que es la sexualidad y el deber ser
respecto de ésta, por lo que se llega a una visión estigmatizadora de los mismos
que perpetua los discursos existentes.
Por
otra parte, el alejamiento temprano del sistema educativo dificulta sus
posibilidades de ubicarse en lugares de trabajo lo que los conduce a realidades
económicas deficientes, volviendo aún más extrema su situación de marginalidad
social y económica, configurándose entonces el trabajo sexual como fuente de
ingresos y en muchas ocasiones en el único espacio de participación pública.
Respecto
del trabajo sexual, el predominio en Chile de una visión voluntarista del
mismo, en donde se supone la participación de la voluntad de las personas en la
elección del ejercicio de la prostitución, permite desconocer las
condicionantes económicas, socioculturales, sexuales y psicológicas que en muchas ocasiones se encuentran en la
base del ejercicio de este oficio. (Biblioteca Congreso Nacional, 2005)
La
clandestinidad en la que suele llevarse a cabo, la vuelve una actividad con
escasa protección laboral, para la cual no hay contratos, beneficios o seguros
sociales, tampoco existen sindicatos para exigirlos, puesto que no es una
actividad legal.
Si
bien es posible reconocer muchas voces en contra de la prostitución, existen
pocas para otorgar una real salida a ésta. La prostitución, en el caso de las
travestis, aparece como respuesta a un sistema incapaz de otorgar otras
posibilidades laborales a un grupo que suele ser excluido de éstas.
En el área afectiva y de pareja en
tanto, la situación no es más estable, ya que el miedo a la discriminación hace
que sus relaciones de pareja sean vividas en secreto o mantengan relaciones
paralelas, ya sea por dificultades en el proceso de auto aceptación, o de
socialización de su condición, lo que junto a la existencia de un alto nivel de
rotación de parejas, aumenta de manera exponencial el riesgo a adquirir
enfermedades de transmisión de sexual, dentro de ellas el VIH – SIDA, tema este
último, que se ha abordado de forma más sistemática en el trabajo de
vulnerabilidad en la población travesti.
En
el marco del VIH – SIDA, la vulnerabilidad aparece como “… el grupo de acciones
y/o situaciones identificables, visibles, específicas y concretas relacionadas
con la posibilidad de transmisión o adquisición
de la infección por VIH, que involucran por lo menos a dos personas, una
de las cuales se encuentra infectada por el VIH” (ONUSIDA, 2006, p. 2)
Para evaluar la vulnerabilidad se han de tener en
consideración diversos factores que se relacionan entre sí, distinguiéndose
factores tanto del ámbito personal como social.
Dentro del primero de ellos se distinguen los factores psicológicos,
ubicándose en lo social aspectos culturales, demográficos, políticos,
socioeconómicos, epidemiológicos, médicos, de derechos humanos y legales de la
sociedad.
La lectura de la vulnerabilidad se
debe realizar considerando la interrelación de estos factores, siendo la
combinación de ellos la que marcará de alguna manera el grado de vulnerabilidad
de las personas al VIH - SIDA, y por lo tanto, cuán susceptibles se encuentren
al contagio de éste o de otras enfermedades de transmisión sexual. (ONUSIDA, 2006)
Desde esta perspectiva, si bien se
podría reconocer en todas las personas algún grado de vulnerabilidad, es
posible hallar sectores de la población en los que ésta puede resultar más
significativa por la forma en la que se presentan los diversos factores antes
expuestos, identificándose éstos como grupos
vulnerables, puesto que se encontrarían menos preparados para asumir la
prevención.
En
una investigación realizada por el Movimiento Unificado de Minorías Sexuales, ([MUMS],
2002) se señala a los travestis como una población altamente vulnerable, y fuertemente
marginada en lo social, por factores como su orientación sexual, expresión de
género y el ejercicio del trabajo sexual como forma de sobrevivencia. A partir
de este estudio se establecen algunos de los factores que aumentan su grado de
vulnerabilidad y riesgo, los que tendrían relación con la situación de pobreza
y marginalidad social en la que se encuentran, sumado a factores como el
consumo de alcohol y drogas, que los vuelven menos eficientes en sus esfuerzos
por tomar medidas de auto - cuidado cuando establecen algún contacto sexual.
Por
otra parte, las posibles detenciones que podrían sufrir, y su traslado a
centros penitenciarios, los expondrían a posibles abusos por parte de los
internos, en un contexto en que no se hallan los recursos para tomar medidas
preventivas. Se identificó además, una relación poco fluida con los Servicios
de Salud, producto del temor a la discriminación que podrían sufrir en ellos.
Al
respecto, Claudia Rodríguez (2008) manifiesta que aún hoy es posible palpar
esta situación con relación a los consultorios, respecto a ello señala:
“…lo que pasaba
era de que…o pasa todavía, de que, tú en las noches puedes ver las pinturas,
maravillosas, pero después cuando se ven en la necesidad de ir al consultorio
van vestidos de hombre, y se tapan sus siliconas, esconden, se masculinizan,
¿ya? Se toman el pelo, no llevan maquillaje, para que no te echen, por
travesti, o por ofensas a la moral y las buenas costumbres[1].”
(C., Rodríguez, comunicación personal, 09 Abril, 2008)
Ante
este escenario, el reconocimiento de sus realidades y respeto hacia éstas, se
enmarca en lo que Claudia denomina la conquista de derecho de la población
trans, en la que el hecho de ir al consultorio y ser llamada como Daniela, como
Karina, implica para ellas una señal de legitimación. Sin embargo el temor a
ser discriminada, las entrampa muchas veces en un círculo vicioso de marginación
y exclusión. Manifestaciones de ello
incluyen el dejar de asistir, evitar ciertos espacios, o presentarse con una
apariencia masculina durante el día o ante determinados contextos, lo cual puede
ser leído como una auto discriminación, la
cual surge frente al temor al rechazo de los otros, situación que dificulta la
generación de una negociación más optima, persistente y fuerte con el sistema,
que les permita y otorgue mayores espacios de participación pública. Junto a estas
experiencias es posible identificar la emergencia de sentimientos de angustia,
ansiedad, rabia y frustración, no sólo respecto de los otros, sino que también
respecto de sí mismo, ante la dificultad de asumir y expresar de manera
permanente su vivencia genérica.
En el
campo de las políticas públicas de salud, en el año 2000 se comienza a realizar
un trabajo de manera diferenciada con la población travesti. Antes de ello, se
aplicaba a este grupo las mismas medidas
que se proponían para la población homosexual y bisexual, producto de la
inexistencia de un diagnóstico y caracterización epidemiológica y social de
este grupo, respondiéndose a sus necesidades de manera más bien adyacente. Los
travestis eran considerados homosexuales disfrazados de mujer, perspectiva bajo
la cual no cabía el otorgamiento de un tratamiento diferencial para ellos.
En ese contexto, el trabajo
realizado por organizaciones de diversidad sexual, contribuyó al señalamiento
de otras realidades que poseían requerimientos particulares y que por lo tanto
demandaban un abordaje y respuestas acordes a su situación y contexto.
La metodología que adopta el
Ministerio de Salud para el trabajo con la población travesti, es a través de
la identificación de líderes dentro de los grupos de travestis que ejercen trabajo
sexual en la calle, siendo ellas las encargadas de transmitir a sus compañeras
los beneficios y servicios a los que pueden acceder. A partir de este trabajo
se comienzan a conformar diversas organizaciones, como Traves Chile, o Traves
Navia, convirtiéndose en foco de trabajo del Ministerio el fortalecimiento de
estas instancias de participación, con las que se busca construir un nexo que
permita vehiculizar tanto las políticas ministeriales, como las necesidades de
grupos que antes quedaban a la deriva.
Actualmente
el fortalecimiento de distintas organizaciones de diversidad sexual y ONG, como
Red O. S. S[2], han permitido dar continuidad al trabajo de
prevención, por medio de la creación de folleteria, investigaciones, difusión a
través de internet o publicaciones de libros. No obstante lo anterior, aún
resultan escasos los recursos económicos que permitan dar curso a diversas
iniciativas en este ámbito.
El trabajo de los organismos gubernamentales ha
estado enfocado principalmente hacia la implementación de medidas preventivas y
de la entrega de información respecto del VIH SIDA, perdiendo de vista, como
plantea Claudia Rodríguez (comunicación personal, 15 Marzo, 2005), otra situación que vuelve particularmente
vulnerable a la población travesti, y que suele exponerlos a permanentes
situaciones de riesgo. Ésta tiene relación con las metodologías utilizadas para
la transformación del cuerpo, las que generalmente son llevadas a cabo a través de intervenciones que suelen ser
realizadas por pares, que no poseen mayor experiencia que aquellos procedimientos que han llevado a
cabo con anterioridad. Muchas de las
intervenciones se realizan de manera artesanal, inyectándose en ocasiones sustancias
absolutamente nocivas para el organismo, las que pueden ocasionar incluso la
muerte de quienes las utilizan. Por otra parte, la hormonización, que consiste
en el consumo de hormonas femeninas, con la finalidad de generar cambios en su
cuerpo que les permitan entre otras
cosas disminuir vellos, o ensanchar las caderas, suele iniciarse ingiriendo un
número y tipo de hormonas “recetadas”
por otras travestis y su consumo es modificado según criterio personal.
En la
ocurrencia de este fenómeno es posible reconocer la participación de factores
económicos que limitan su acceso a espacios que otorguen garantía de salubridad
y calidad en los procedimientos a los que se someten, además de una
focalización casi exclusiva en el trabajo de vulnerabilidad y prevención de VIH
– SIDA, desconociendo otros aspectos de la vivencia trans. Ante este escenario,
las pares aparecen como entes validadores y validados para asesorar el proceso
de construcción que las travestis llevan a cabo. Por otra parte, dentro de la
población trans se aprecia cierta resistencia hacia las instancias institucionalizadas
de salud, por cuanto no se reconoce en ellas la preparación y capacitación que
los faculte en el abordaje de sus demandas.
Si bien hoy con relación a la
población travesti se reconoce la necesidad de políticas públicas de salud que
rescaten su particularidad dentro de otros grupos de diversidad sexual, hecho
que ha resultado de la permanente lucha de las activistas trans, resulta aún
necesario ampliar los espacios de escucha y cambiar la mirada desde aquellos
análisis que ponen el énfasis en el autocuidado, hacia la atención sobre
aquellas condiciones sociales que hacen que se perpetúe su situación de
marginación y vulnerabilidad física,
psicológica y social, en las que el sólo hecho de salir a la calle las pone en
riesgo vital.
[1] Hace
alusión a la vigencia del Artículo 373 del Código Penal, en el cual se señala:
“Los
que de cualquier modo ofendieren el pudor o
las buenas costumbres con hechos
de grave escándalo o trascendencia, no
comprendidos expresamente en
otros artículos de
este Código, sufrirán
la pena de reclusión menor en sus grados mínimo a
medio”. La vigencia de este artículo se utiliza aún como argumento para la
detención de personas travestis. www.páginaschile.cl/biblioteca_jurídica_penal/libro_segundo.htm
[2] Red de
Orientación en Salud Social. Prevención, orientación y apoyo médico en VIH –
SIDA y enfermedades de transmisión sexual. Surge en el año 1991.
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