Diversa ha sido la
relación a la sexualidad a lo largo de la historia, surgiendo variados
discursos en torno a ésta. Michael Foucault, en su libro Historia de la
sexualidad (1998), realiza una acabado análisis con relación a los discursos y
empoderamientos en torno a ésta, a través de los cuales es posible comprender
la construcción de significados y lugares que han ocupado las llamadas
sexualidades periféricas, siendo posible establecer respecto de ellas cierta
cronología.
Respecto
de éstas, Foucault (1998) señala que
durante varios siglos fue posible apreciar una relación abierta y franca
hacia la sexualidad, con una tolerante familiaridad con lo ilícito. Las
transgresiones eran visibles y las anatomías se exhibían.
Sin
embargo, durante el transcurso del siglo XVII y más marcadamente en el siglo
XVIII se inician las llamadas “noches monótonas de la burguesía victoriana”, en
donde la única sexualidad reconocida pasó a ser la sexualidad utilitaria y
fecunda, la sexualidad reproductora. Surgen entonces las sexualidades
periféricas, dentro de las cuales se encontraban todas aquellas que quedaban
por fuera de los márgenes de la
sexualidad reproductora, sexualidad considerada como legítima. Aquello que no
participara de los ordenamientos
establecidos por esta sexualidad carecía de sitio y ley, “tampoco poseía
verbo y se encontraba a la vez expulsado, negado y reducido al silencio”.
(Foucault, M., 1998, p.10)
En
el transcurso del siglo XIX, las sexualidades periféricas fueron agrupadas bajo
el concepto de inversión,
denominación tributaria de la medicina. Sin embargo, antes que esta ciencia
irrumpiera en el discurso sobre la sexualidad, quienes tenían la tarea de velar
por la correcta forma de los comportamientos sexuales era la iglesia,
castigando por una parte todas aquellas prácticas que no condujeran a la
procreación, dentro de las cuales se encontraba toda relación entre personas de
un mismo sexo, y por otra el travestismo, el que implicaba que una persona
ocupara ropas del sexo opuesto y se comportara como tal.
La
iglesia, hacia la segunda mitad del siglo XIX, va cediendo su poder
fiscalizador a la medicina, ciencia encargada de determinar en casos en los que
existía ambigüedad física el sexo de los sujetos, sexo al que éstos debían
adscribirse en el transcurso de su vida, siendo castigada con muerte cualquier
desobediencia a esta inscripción.
Con
el tiempo, el campo de acción de los médicos respecto de las inversiones se va
ampliando hacia el área legal, en donde participan como peritos del poder
judicial, el cual los convoca, según plantea Mercader (1997), para interpretar
variaciones particulares respecto del comportamiento sexual, con la finalidad
de resolver la interrogante respecto a si correspondía tratar o castigar a
estos sujetos. Para poder comprender las diversas realidades a las que se
enfrentaban, los médicos comenzaron a establecer categorías que les permitieran
organizar éstas. Es así como surge el concepto de inversión, el cual se califica como “desviación, anormalidad, e
incluso degeneración” (Mercader, P., 1997, p. 24). Al respecto, Fernández
(2004) plantea que los primeros registros que se conocen de la inversión se encuentran ligados al
derecho penal, en donde a los invertidos se les consideraba como antisociales, antinaturales y eran vinculados
al delito.
La
misma autora señala que la despenalización de las inversiones sexuales se hace
posible hacia finales del siglo XIX, a partir de las propuestas hechas
principalmente por sexólogos alemanes como Krafft Ebing, el cual, con su
planteamiento del origen de las inversiones, busca llevarlas de la prisión al
consultorio, en el entendido de que éstas se encontrarían en el cuerpo o en la
mente de los sujetos. Es así como la sexualidad en manos de los médicos se
vuelve una materia medicable, conservando como eje ordenador, la sexualidad
hegemónica heterosexista.
Con
los desarrollos conceptuales generados durante este siglo y principios del
siguiente, se rompe además con la denominación unívoca, inversión, que nombraba
a diversas realidades sexuales, y se
comienzan a establecer las diferencias existentes entre homosexualidad,
travestismo y transexualidad. En este proceso destaca la participación de
diversos sexólogos alemanes, uno de ellos es Magnus Hirschfeld, quien es el
primero en intentar establecer categorías particulares para cada realidad,
atribuyéndose a él, el haber generado el concepto travesti.
Hirschfeld (1991 citado en Ormeño, M., 2007),
señala que este concepto agruparía a
personas de sexo masculino, quienes adoptan de manera permanente las formas
culturales, vestimenta y gestos asociados a las mujeres, considerando incluso
transformaciones corporales para asemejar sus cuerpos a las formas femeninas,
sin que esto signifique modificar sus genitales. El travesti se identificaría
con una figura femenina, y su objeto de deseo serían hombres, conformando de este
modo un estereotipo cultural heterosexual.
Hirschfeld
se encarga además de rebatir ideas fuertemente arraigadas en la disciplina
sexológica de la época, una de las ellas propuesta por Krafft Ebing, respecto a
considerar al travestismo como una variante de la homosexualidad. Si bien
Hirschfeld sugiere para ambas una misma determinación, que se encontraría en
variaciones en las hormonas sexuales,
establece definiciones distintas para cada una de ellas. La homosexualidad,
aludiría a “…una forma de actividad sexual contraria” (Fernández, 2004, p. 29)
en tanto que el travestismo daría cuenta de “….una variante intersexual que
podía darse acompañada de diferentes prácticas sexuales” (Fernández, J., 2004,
p. 29).
Havelock
Ellis por su parte, en 1913, se muestra crítico respecto de los planteamientos
de Hirschfeld en torno al travestismo, señalando que éste lo acotaba a un
problema de vestido. Ellis, junto con reformular la descripción respecto de los
sujetos travestis, propone una nueva denominación para éste, llamándolo eonismo, denominación que tiene como
base el apellido de un travestido del siglo XVIII, el Chevalier d’ Eon,
diplomático francés que tomó las ropas femeninas para su vida pública y
privada. El término descriptivo para el eonismo sería inversión sexo – estética, entendiendo por esta “…aquella que
conducía a una persona a sentirse como alguien del sexo opuesto, y a adoptar
las tareas, hábitos y vestidos del otro sexo, mientras la dirección del impulso
sexual se mantenía normal” (Fernández, J., 2004, p. 30).
La
distinción clínica entre travestismo y transexualidad no se produce sino hasta
la década del cincuenta, hecho al que contribuyen diversas publicaciones de
casos clínicos en donde se relata la experiencia de sujetos que solicitaron la
realización de cirugía de reasignación de sexo Si bien el concepto de
transexualidad comienza a emerger con anterioridad, en la publicación realizada
por D. O. Cauldwell en diciembre de 1949, titulada Psychopathia transexualis, se atribuye a Harry Benjamín el establecer
el concepto transexual para referirse a quienes requieren cambio de sexo. Este autor, con sus
elaboraciones, logra aproximarse bastante a lo que hoy se entiende como
travestismo y transexualidad, señalando en 1954 que “en el travestismo los órganos
sexuales son fuente de placer; en el transexualismo son fuente de disgusto”
(Fernández, J., 2004, p. 32).
Años más tarde, en 1966 en su publicación The
Transsexual Phenomenon, presenta el transexualismo bajo la idea de un continuum
en el cual se ordenarían tres tipos de transexuales: ““no quirúrgico”,
“verdadero de intensidad moderada” y “verdadero de intensidad alta””
(Fernández, J., 2004, p. 32). Respecto de este continuum, el travestismo sería más acorde a lo que él
indica como el transexual “no quirúrgico”, ya que para Benjamín lo otros tipos
requerirían cirugía de forma imperativa.
Dave
King (1998 citado en Fernández, J.,
2004) manifiesta que en los años siguientes cada vez fueron adquiriendo
más fuerza los relatos expuestos por los propios sujetos transexuales. Famoso
es el relato de Hans Christine Jorgensen, George (1953), transexual tratado por
el equipo del endocrinólogo Christian Hamburger, que se reconoce como uno de
los primeros casos en que se combinó tratamiento hormonal con intervención
quirúrgica. Por otra parte, el
surgimiento de conceptos como rol de género, propuesto en 1955 por John Money,
y la posterior elaboración que entrega Robert Stoller en 1964, al plantear el
concepto de género, posibilitan la apertura de nuevas perspectivas para el
análisis y estudio del transexualismo y travestismo.
Es
así como a mediados de la década del ´70, Virginia Price plantea el concepto transgénero,
el que como presenta Ormeño (2007), en un inicio agruparía a aquellas personas que viven bajo un género
contrario al sexo que se les asignó al nacer, pero que no recurren a cirugías
de reasignación de sexo, definición según la cual aparece como una categoría
más cercana a la población travesti. Años más tarde, el concepto es presentado
por Price como una categoría más amplia, por cuanto nombraría a “aquellas personas que, viviendo en un
género diferente del asignado al nacer, recurren o no a cirugías y/u hormonas”
(Ormeño, M., 2007, p. 15). Esta nueva elaboración la hace una categoría más
abarcativa, la cual incluiría a personas intersexuales, transexuales y
travestis, como también a todo aquel o aquella que exprese características de
género que no concuerden con las particularidades tradicionalmente asociadas a
su sexo, o al que se asume, tanto en dirección de lo femenino, como de lo
masculino.
Siguiendo propuestas realizadas por Josefina Fernández
(2000, citado en Giberti, E., 2001) es posible plantear que lo que
caracterizaría a lo transgénero, sería su trascendencia respecto de categorías
como varón/mujer, femenino/masculino, hecho que permite que sean agrupados en
clases ontológicas, identidades, tareas, roles, prácticas e instituciones
divergentes, que desembocan en más que dos tipos de personas, como dos sexos
(Varón/mujer) y dos géneros (femenino/masculino).
En el ámbito
nacional en tanto, del primer encuentro trans realizado en Valparaíso el año
2005, surge un documento en el que se expone el transgenerismo como una
categoría moderna para experiencias y realidades de las que se tiene conocimiento
y registro a lo largo de la historia y en diversas culturas. En él, lo
transgénero aparece definido como, ““al
otro lado”, “a través de”, socialmente
es el traspaso o la transgresión del rol y de la identidad de género asignados
para cada sexo; las personas transgénero tuercen y desafían los roles de género
sexualmente establecidos por una sociedad que intenta controlar, clasificar y
normalizar a las personas según sus características sexuales genitales” (Corporación
Chilena de Prevención del SIDA, 2005, p. 13).
No obstante lo
anterior, pareciera ser un concepto del cual aún no se han apoderado del todo
quienes, por decirlo de alguna manera, intentan ser descritos por él. Un
ejemplo de ello es este relato de una dirigente trans de Valparaíso ante la siguiente
pregunta:
¿Cuando
se habla de transgénero a qué se refieren?
Mira, nosotras antes éramos travestis, pero
ahora nos pusieron transgéneros. Yo cuando escuchaba esa palabra me imaginaba a
las operadas, las que se cambian de sexo, eso es lo que siempre he dicho, las
travestis éramos nosotras. Transformistas son los que se visten en la noche y
hacen show no más. Las travestis no, andamos todo el día y estamos llenas (con
rellenos). Transgénero es una palabra extraña para mí, nosotras somos travestis.
(Comunicación personal, 05 Mayo, 2004)
Si
bien se puede apreciar que el concepto ha avanzado lentamente desde el ámbito
académico hacia la población a la cual apunta, hoy es posible observar como
muchos sujetos que antes se identificaban y se referían respecto de sí mismos
como travestis, han adoptado el concepto de transgénero a la hora de definirse,
ya que consideran que éste describe de mejor manera lo que a ellos les sucede,
esto es, que su sentimiento de pertenencia con relación al género difiere de los
ordenamientos establecidos al respecto. La denominación travesti es rechazada
en ocasiones, ya que consideran que con ella se haría alusión a un acto
transitorio, que se encontraría fundamentado sólo en la apariencia, contrario a
lo que ellos experimentan como permanente, una forma de sentir (se) y ser, una
identidad, crítica esta última que alude a una visión reduccionista del
travestismo, la cual se encuentra en las primeras definiciones respecto del
mismo.
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